Es necesario enfatizar la importancia de lo lárico en los relatos de Aldo, presente ya, en forma totalmente declarada, en su libro “Mente Suicida y otras muertes”. Todo lo anteriormente dicho debería excusarme de explicar que no existe oposición entre lo lárico y lo cósmico.
¿Qué es una secta? ¿Qué es una ventana? Sin duda es extraño pretender que responder a esas dos preguntas, aparentemente en total desconexión, sea el equivalente a hablar de los relatos fantásticos –plagados de extrañeza ellos mismos– de mi amigo Aldo Astete Cuadra. Espero que en el transcurso del presente texto esta pretensión, si bien no abandonará el ámbito de lo extraño, (y tal vez está bien que sea así) alcance al menos una presentable coherencia.
Lo primero (que ya es lo segundo) que tengo que decir es que toda definición, salvo que se trate de cosas tales como triángulos o conceptos jurídicos (esto es, entes de razón) no puede ser sino aproximada y, por lo tanto, siempre susceptible de ser mejorada por otra. ¿Cómo definir secta? Etimológicamente, la palabra se relaciona con “separado”. El miembro de una secta, el sectario, está aislado, está fuera del mundo, se sitúa en un ámbito de segregación más o menos elegido por él mismo. Las que se conocen como grandes religiones –cristianismo, judaísmo, islamismo, budismo– son abiertas. En principio al menos, son accesibles para cualquiera, lleven a cabo o no una actividad misionera.
La secta, en cambio, es un dispositivo de elección y selección, sólo para los “huéspedes justos” quienes serán arrebatados del mundo secular, a veces incluso físicamente. “Es imposible que salgas de este círculo hermenéutico en que has ingresado por tu propia voluntad”, leemos en uno de los textos de Aldo que integran este volumen. Deviene así el sectario, con respecto al mundo que ha dejado atrás, en un extraño. Y la secta es el lugar enclaustrado, un lugar que desde el punto de vista del mundo es un lugar prohibido, una “mónada sin ventanas”. Y he aquí que nos ha aparecido la palabra “ventana”.
La secta es sin ventanas, claro, pero (repito) desde el punto de vista del mundo. Pero desde otro lado (diríamos, desde el lado opuesto) la secta es una ventana. La secta tiene un propósito, y ese propósito se encuentra a ese otro lado, y aún podríamos decir qué es ese otro lado.
Si ahora intentamos definir “ventana”, podríamos decir que se trata de una abertura que conecta dos ámbitos o lugares, aquel desde el que se abre y otro hacia el cual se abre. Si la secta se cierra al mundo, es para abrirse a otro mundo tras la ventana (O tras el espejo, que es otra ventana. Cómo no recordar a Lewis Carroll. O al Drácula de Luis Scafati, donde el conde utiliza los espejos como portales para transitar de un lugar a otro)
En tanto círculo o ámbito cerrado, la secta, como lugar paradójico del secreto de lo abierto, busca también lugares cerrados, recónditos, en donde oficiar su culto. El culto es el modo, la operación propia que la secta tiene para abrirse (en secreto) a la otredad que ha convocado. Como ejemplo (entendiendo secta en sentido amplio, no riguroso) podemos citar la clausura monástica y el castillo que los malvados protagonistas de “Les 120 Journées”, de Sade, han elegido para perpetrar su propio y atroz ritual. Castillo descrito por alguien como “perdido en soledades rocosas” Habría que reseñar alguna vez la importancia del castillo (o de la casa y de la casona) como portal de la otredad en autores como Poe, W.H. Hodgson o Stoker.
Y si no son castillos serán pequeños pueblos recónditos, hostiles al mundo y abiertos, como ventanas, hacia lo otro. El Innsmouth y el Dunwich de H.P. Lovecraft, el Cancerá de Aldo, donde el culto de Goczecocogch podrá campear a sus anchas y sin interrupciones. Por su misma aura numinosa estos lugares, al estar asociados al culto, son lugares sagrados. Lo sagrado, como dice Georges Bataille, no debe –no puede– limitarse a lo benéfico o “diurno”. También lo nocturno –lo nefando– forma parte de él. Y esto lo supo Arthur Machen, autor de “The Great God Pan”, quien lo declara enfáticamente en The White People, lo supo Lovecraft y lo sabe Aldo Astete Cuadra. El culto de Goczecocogch participa del aspecto nefando de lo sagrado de un modo neto y explícito.
En Cancerá tenemos un lar asociado (o entregado y abierto) a oscuras (sacras) potencias por virtud de la secta de los adoradores de Goczecococh. Es necesario enfatizar la importancia de lo lárico en los relatos de Aldo, presente ya, en forma totalmente declarada, en su libro “Mente Suicida y otras muertes”. Todo lo anteriormente dicho debería excusarme de explicar que no existe oposición entre lo lárico y lo cósmico. Lo lárico constriñe o ata a un sujeto en un lugar determinado, pero ese lugar es la ventana a abismos insondables. Es por eso que el lar, ajeno a la modernidad y sus pretensiones, no será jamás intercambiable o reemplazable. Se ubica en las antípodas de lo universal/indiferente propio de la conciencia moderna.
Privilegia un sitio, como atalaya para contemplar la otredad. Lovecraft exclamó “I am Providence”. Y hablando de Lovecraft, dice Robert Bloch: “¿Quién como él ha descrito con tanta exactitud y tan convincentemente las zonas rurales de su Estado? ¿Quién sino él ha sabido pintar con suma claridad la decadencia de las gentes y de las costumbres de esta región?” Y añade que Lovecraft “poseía todos los atributos del escritor regionalista” (1) Por su parte, Edmundo Paz Soldán anota: “ Lo que de verdad importa en Lovecraft, como señala Joyce Carol Oates, es la vívida geografía donde ocurre el horror: Providence, Salem o el Valle de Miskatonic”(2) Habrá que recordar quizá que aquel aerolito proveniente de ajenas regiones del universo “escoge” para su ominosa llegada una región perdida “al oeste de Arkham” en The Colour out of Space.
“Una sociedad insular tan acostumbrada a estas tradiciones imaginativas”, escribe Aldo en otro de estos textos que- no hay que olvidarlo –están atravesados por un tema común. Sólo desde el lar es posible asomarse al cosmos; y, por tanto, sólo desde el lar es posible avistar el horror del cosmos. “Abyssus abyssum invocat”. En los autores de horror cósmico –Machen, W.H. Hodgson, Lovecraft, Astete– existe una suerte de platonismo inverso. Me explico. Si para Platón –y aún antes, para Parménides y el hinduismo– el mundo no es sino apariencia y tras ésta existe una realidad supremamente deseable, para estos escritores el mundo es también apariencia, cortina, pero lo que esconde sólo puede conducir a los hombres a la muerte o a la locura. Como dice Clark Ashton Smith, la vida normal está constituida por “tenues cendales tejidos al oscuro borde de algún abismo batido por el viento, al borde de algún sepulcro donde se oculta y supura la máxima corrupción de la Tierra” (3) Afirmaciones muy parecidas podemos encontrar en los textos de otros de los mencionados.
Para nuestro gran poeta lárico Jorge Teillier el lar es un lugar entrañable. Es el sitio donde reside la memoria de la patria verdadera, de la patria del corazón, que es la infancia. Pero sin duda aquella patria alberga también terrores memorables. Y además insoslayables, ya que brotan de lo profundo de ese mismo corazón, que no es, por supuesto, el órgano que bombea la sangre. Quienquiera que recuerde su infancia lo sabe, por mucho que después esos terrores queden sepultados –junto con sus más caros sueños– por la vida “normal” y cotidiana. Intuyo que no se puede recuperar los unos y renunciar a los otros. El que sea valiente que me siga al corazón de las tinieblas, aceptando la invitación de Aldo Astete Cuadra para entrar en sus lares terribles y maravillosos.
Patricio Alfonso
Salamanca, mayo de 2020
(1)Robert Bloch. Out of the Ivory Tower. En The Shuttered Room. H.P. Lovecraft y otros. Arkham House, Sauk City, 1959. Traducción de Rafael Llopis.
(2) Edmundo Paz Soldán. Segundas Oportunidades. Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2015. Pág. 173
(3) Clark Ashton Smith. Estirpe de la Cripta. En Los Mitos de Cthulhu, Alianza Editorial, Madrid, 1990.Pág. 271.Traducción de Francisco Torres Oliver.