Especial lovecraftiano: “El ser que acecha entre la lluvia” (texto y Video)

Un escritor atormentado por aquello que intuye se esconde entre la lluvia para y que espera el momento propicio para terminar con su cordura, con su vida. El texto es un legado, una advertencia. 

Mi nombre es Aldo Astete Cuadra, vivo en el 392 de calle Hugo Correa, en el centro de la ciudad de Cancerá. Escribo porque la angustia que la lluvia me provoca, con su repiquetear monótono y sonoro, anuncian de algún modo que aún desconozco, mi próximo final. Llevo tres noches sin dormir, leyendo, escribiendo. Sé que hacerlo evita que piense seriamente en mi situación, sé que pensar literariamente puede ser una salvación momentánea. Sin embargo, lo que desconozco es lo que pretende hacer conmigo aquello que acecha afuera, que aprovecha la oscuridad para merodear por los alrededores.

Anoche, luego de que mi perro ladrara y me sacara del ensimismamiento, atisbé, entre la cortina acuosa, una figura que oscurecía un sector de la avenida, una sombra monstruosa. Por más que agucé la vista, no fui capaz de determinar qué era aquello. Aseguro que es imposible que los seres que intuyo o he creado en mis pesadillas, se presenten por mí.

Metrallas de agua continúan turbando mis emociones, mi perro dejó de ladrar repentinamente, esta vez no quiero mirar hacia afuera, no quiero moverme de mi silla, dejar de escribir. Tal vez mañana lea esto y me ría de mi paranoia; el alcohol, la inanición, el cansancio y una incipiente locura deben estar entorpeciendo mis facultades.

El viento arrecia huracanado, queriendo doblegar mi casa, tirándola y sepultándome con ella, aunque sé, que ese no será mi fin.

El silencio se ha hecho a través del agua que golpea las calaminas, pareciera ser que en este momento está granizando, el frío se ha intensificado, las piernas no las siento y mi espina dorsal es una espada clavada en el asiento, tan sólo mis manos se mueven frenéticamente, no miro lo que escribo, sólo lo hago, no quiero pensar en lo que me espera. Sé que seguir escribiendo me mantendrá con vida y en el momento que deje de hacerlo concluirá este demencial capítulo.    

Un perro ladra, no es mi perro, de eso estoy seguro, un aullido de dolor se escapa helando lo que quedaba de calor en mi cuerpo. Siento una especie de agarrotamiento de los hombros, mi boca ha comenzado a reproducir una mueca que no logro controlar, se va hacia el costado derecho a pesar de que intento apretar los dientes para que la mandíbula no ceda y se desencaje, mientras tanto la lluvia continua después de la violenta arremetida del granizo.

No quiero levantar la cabeza, no quiero dejar de escribir, en estos momentos no puedo mover más que mis manos, mi boca se ha desfigurado y comienza a chorrear un hilo de baba que moja mi pecho.

No puedo, no quiero, no debo dejar de escribir, si lo hago, será mi fin. Desenfrenadamente escribo… ahora me cuesta algo más, el dolor en los hombros se ha trasladado e intensificado, localizándose en la base posterior del cuello. Siento que la cabeza, comienza a ceder, a caer entre mis manos, pero no debo dejar de teclear, eso significaría mi perdición. La mandíbula se ha desencajado, siento un dolor horrible, mis ojos se están cerrando, mientras afuera llueve endemoniadamente y lo que sea que me aguarda, debe estar en este momento mirándome por la ventana, continúo ignorándolo.

En este momento no soy capaz de ver lo que escribo, un cansancio enorme se apodera de mi consciencia, el dolor, el sueño, el frío, todo atenta para que evite el final, que sé, está destinado para mí. Creo que mis fuerzas no tardarán en dejarme, sólo les pido que mientras lean mi legado, sepan que en esto, se me fue la vida…

Ilustración  de All Gore

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