En 1836 Edgar Allan Poe escribe un ensayo en el que se refiere a las particularidades de uno de los autómatas más conocidos de la historia. El Ajedrecista de Maelzel.
Siempre me ha sorprendido la habilidad del Turco de Maelzel para jugar al ajedrez y para quienes no saben de quién estoy hablando, no me refiero a un ser humano, sino que a un autómata, esa versión anterior al robot o al androide. Un ser artificial, que a través de intrincados mecanismos de engranajes y poleas era capaz de imitar la vida, la inteligencia, el movimiento y en este caso, la capacidad de jugar al deporte ciencia.
La historia del ajedrecista de Maelzel tiene más de 250 años y se inicia con su creación en 1869 en las manos de Wolfgang von Kempelen, un inventor y fabricante de autómatas, de origen húngaro, además de excelente jugador de ajedrez. Una de sus primeras presentaciones sociales, fue ente los emperadores austriacos de Habsburgo 1870 (Los más poderosos del mundo en esos momentos), dejando atónita a la corte y de paso consiguiendo una popularidad comparada actualmente con el estrellato. Es así que durante décadas desafiaron a connotadas personalidades y jugadores de ajedrez de vasta experiencia, todos perdían inexorablemente.
Así, es como se describe por vez primera al Turco: “La figura en cuestión iba vestida de turco, con turbante y ropajes sueltos, y estaba sentada ante una especie de aparador sobre el cual había un tablero de ajedrez. Kempelen abría muy despacio las puertas del aparador y destapaba las ropas del Turco para mostrar los engranajes y mecanismos de su interior y también para probar que no había ninguna persona escondida debajo. Una vez activado, el Turco se ponía a mirar el tablero, daba unas cuantas chupadas a una larga pipa y se invitaba a los cortesanos a probar sus habilidades al ajedrez con él. Se colocaban las piezas sobre el tablero y daba comienzo la primera partida. La concentración de los jugadores y del público solo se interrumpía cuando Kempelen tenía que volver a dar cuerda al Turco. Pero al cabo de unas cuantas jugadas, el autómata había dado jaque mate a su adversario”. (Los Habsburgo: Soberanos del mundo, del escritor Martin Randy)
En la década de 1780, en su esplendor en París, el Turco jugó contra Benjamín Franklin (Padre fundador de EE.UU. e inventor del pararrayos), quien perdió irremediablemente. Su fama creció, las personalidades deseaban jugar o ver al autómata en acción, algunos llenos de espanto.
Su creador, Von Kempelen falleció el 26 de marzo de 1804, en Alservorstadt cerca de Viena, cuando contaba la edad de 70 años.
Entonces, el Turco pasó a las manos de Johann Maelzel, mecánico e inventor alemán (inventó el audífono que usaría Beethoven), quien conseguiría darle fama mundial al Turco, pues poseía carisma y habilidad para el espectáculo. En 1809 el “Ajedrecista de Maelzel” enfrentaría a Napoleón Bonaparte en Viena, éste jugó tres veces y perdió las tres partidas, sin saber que en realidad había perdido contra Johann Allgaier (jugador avezado). Tras verse perdido en la tercera partida, Napoleón habría realizado un movimiento prohibido, ante esta situación, el Turco reaccionó tirando las piezas en una clara manifestación de molestia.
Más tarde y agobiado por las deudas Maelzel viajó junto al Turco a EE.UU presentándose por primera vez ante un público fascinado en 1826, en el Hotel Nacional ubicado en Broadway, Nueva York. El espectáculo fue un verdadero éxito, recorrió todo el país generando estupor, sorpresa y fascinación. En una de esas exhibiciones se encontró con Edgar Allan Poe, no jugaron, sin embargo, pienso que, ese momento habría sido memorable (Nosotros lo recreamos para ti), el maestro de Baltimore se obsesionó con debelar el mecanismo, aquello que hacía tan fantástico a este autómata. En su tesis, él establece que en el interior del mueble en el que está amparado el Turco, se escondía un ser humano y que a través de un tablero invertido era capaz de jugar, no se trataba de un enano, sino que de un maestro de ajedrez.
Poe, escribirá un ensayo en 1836 Maelzel´s Chees-Player , no será el único que escriba sobre el Turco, pero tal vez sea el más connotado de los escritores que lo hicieron. Imaginamos que debió ser todo un espectáculo, como para que un escritor inspirado y afiebrado con su propia creación, haya decidido hacer un alto en su obra narrativa de ficción para desentrañar el misterio del ajedrecista de Maelzel.
Según el escritor Nate Silver en su libro La señal y el ruido “A Poe se le recuerda como el inventor de las historias de detectives, y algunas de las pesquisas que llevó a cabo con tal de desenmascarar el engaño resultaron asombrosas. Así, por ejemplo, le resultaba sospechoso, y con motivo, que hubiera siempre un hombre (al que más adelante se identificó como el maestro de ajedrez alemán William Schlumberger) empaquetando y desempaquetando la máquina, pero que éste desapareciera durante las partidas”.
Claro que era muy difícil creer que una máquina pudiera vencer a un ser humano jugando ajedrez, esto no ocurriría, sino que 200 años después con Deep Blue y Kasparov a través de la cibernética, del desarrollo de computadoras, aunque aún existe controversia al respecto de cómo se llevó a cabo ese juego.
Lo que me llama profundamente la atención es esta insistencia por debelar el truco, en diversos ensayos se habla de fraude, de engaño, pero insisto en creer que, independiente que en su interior se escondiera William Schlumberger o Johann Algaier u otros 15 expertos ajedrecistas que hicieron vivir al autómata, el solo hecho de verlo mover las piezas, fumar y dar la sensación de que algo lo animaba, ya se transformaba en un espectáculo superior. Aún hoy, nos sorprende ver juguetes autómatas o robots y androides. Este mismo ensayo, su imagen, es posible gracias a la colaboración de una IA, una especie de autómata contemporáneo controlado, en este caso por Luis Fernando Agudelo, quien generó a Poe con el Turco en medio de una partida.
Un par de años más tarde da la publicación del ensayo de Poe, Maelzel decide realizar una gira latinoamericana y el primer objetivo es Cuba, pero en el camino fallece William Schlumberger de fiebre amarilla en 1938 y la gira se suspende. Maelzel, de regreso a EE.UU se encierra en su camarote de barco y tras varios días es encontrado muerto, alcoholizado. Trágico final para el principal promotor del Turco, para quien lo dio a conocer fuera de Europa.
El Turco pasaría por varias manos hasta terminar olvidado, juntando polvo en el Museo Peale de Baltimore, hasta desaparecer consumido por las llamas el 5 de julio del 1854, durante el gran incendio de Filadelfia. Con ello desaparecía, uno de los prodigios de la creatividad humana.
Yo aún fantaseo con la imagen de ese Turco jugando ante la atenta mirada de Poe y mejor aún que el momento histórico hubiese permitido que ambos jugaran una partida inmortal, tal vez en otro universo paralelo esto sí sucede, sucedió o sucederá.
De momento, dejo algunas de las apreciaciones de Poe sobre la puesta en escena del Ajedrecista de Maelzel que de seguro les transportará a ese momento mágico.
A la hora designada para la exhibición, se corre una cortina o se abre una puerta de dos hojas, y la máquina rueda a unos doce pies de los espectadores más próximos, entre los cuales y aquélla (la máquina) se tiende una cuerda. Se ve una figura vestida a estilo turco y sentada, con las piernas cruzadas, ante una gran caja que parece ser de madera de arce y que le sirve de mesa. El exhibidor, si se lo piden, rueda la máquina a cualquier rincón del salón, o también la cambia varias veces de sitio mientras se desarrolla el juego. El fondo de la caja está a una considerable altura del suelo, gracias a ruedecitas o cilindros de cobre sobre los que se mueve, y así los espectadores pueden ver toda la parte de espacio que hay debajo del autómata. La silla en que está sentada la figura se halla fijada permanentemente a la caja. Sobre el remate de esta última hay un tablero también fijo permanentemente. El brazo derecho del jugador está extendido en toda su longitud hacia adelante y forma un ángulo recto con su cuerpo, apoyándose con una indolencia aparente en el borde del tablero. La palma de la mano está vuelta hacia arriba. El tablero es un cuadrado que tiene dieciocho pulgadas de lado. El brazo izquierdo de la figura está doblado por el codo y sostiene con la mano una pipa. Un cortinaje verde esconde la espalda del turco y tapa parcialmente la parte anterior de los hombros. La caja, a juzgar por su aspecto exterior, está dividida en cinco compartimientos: tres armarios de iguales dimensiones y dos cajones situados debajo de los armarios…Maelzel anuncia entonces a los reunidos que va a mostrarles el mecanismo de la máquina. Sacando un manojo de llaves, con una de ellas abre la puerta… y presenta el armario abierto de par en par al examen de los presentes. Aparentemente está lleno de ruedas, piñones, palancas y otros mecanismos amontonados unos contra otros, de tal modo que el ojo no puede penetrar más que una pequeña distancia en esa máquina. Dejando abierta esa puerta completamente, Maelzel pasa entonces por detrás de la caja, y levantando la tela que cubre los hombros de la figura, abre otra puerta situada precisamente detrás de ella. Teniendo una luz encendida ante esta puerta, y cambiando al mismo tiempo varias veces la máquina de sitio, hace penetrar así una viva luz dentro del armario, que aparece entonces repleto hasta los bordes de mecanismos. Satisfechos los espectadores, Maelzel cierra la puerta posterior, saca la llave de la cerradura, deja caer la tela de la figura y se coloca otra vez delante…